Foucault

La célebre cita de Carl Von clausewitz en De la guerra, en la que afirma que “la guerra es una continuación de la política por otros medios” está considerada como un principio irrefutable. En la mayoría de los círculos académicos y militares se considera a la guerra como una consecuencia de la política. Sin embargo, algunos académicos invierten el enunciado de Clausewitz afirmando que la política es una continuación de la guerra, y no al revés. En este grupo cabe destacar al filósofo francés Michel Foucault, quien defiende que la política es el resultado de la guerra, particularmente de su última batalla. Foucault afirma que los vencedores de la guerra intentarán mantener el máximo tiempo posible sus relaciones de poder mediante la política. Sin embargo, llegará un momento en el que la política ya no pueda mantener el statu quo y estalle de nuevo la guerra que, en definitiva, marcará las nuevas relaciones de poder entre los contendientes. Aunque Clausewitz y Foucault puedan parecer antagónicos, especialmente por sus enunciados, no lo son. Ambos, como se discutirá en este trabajo, aciertan en sus afirmaciones, a pesar de que parten de dos enfoques distintos de analizar la guerra, sus objetivos y consecuencias.


Carl Von Clausewitz y Michel Foucault defendieron en sus teorías que no se puede entender la política sin la guerra y viceversa. Para ambos la guerra y la política se alimentan una a la otra.


Nicolás Maquiavelo afirmaba que la guerra es una actividad inherentemente política, del tal modo que quien no entendiera su análisis desde esta perspectiva herraba estrepitosamente[1]. Para el tratadista florentino, la guerra no es una actividad inherentemente sangrienta, sino inherentemente política; una actividad crucial para la supervivencia de cualquier estado. Aquel estado que no se preparase para la guerra estaba llamado al fracaso. Flavio Vegecio Renato, uno de los escritores del Imperio romano, decía que “si vis pacem, para bellum”, si quieres la paz prepárate para la guerra. Al igual que Maquiavelo, numerosos estrategas, tratadistas y filósofos han defendido que la guerra y la política están íntimamente ligadas, no siendo posible estudiar una sin la otra. Carl Von Clausewitz y Michel Foucault defendieron en sus teorías que no se puede entender la política sin la guerra y viceversa. Para ambos la guerra y la política se alimentan una a la otra.

En todas las academias militares occidentales el tratadista prusiano Carl Von Clausewitz ha tenido y sigue teniendo una más que notable influencia. Desde que se publicara su obra póstuma “De la Guerra”, sus teorías han influido en la estrategia, en el planeamiento militar y en la forma de entender la guerra. Para muchos expertos, es uno de los tratados más importantes sobre análisis y estrategia político-militar jamás escrito. En la época de Clausewitz, el poder en Europa residía en unos príncipes cuyos ejércitos distaban mucho de lo que son hoy en día. La estrategia estaba dominada por el componente militar y se basaba en la victoria en el campo de batalla. Sin embargo, la Revolución Francesa cambió la forma de pensar de la sociedad y también cambió la guerra; el ejército seguía siendo importante, pero ya no sería el único elemento de la guerra. Por aquel entonces, un joven Napoleón Bonaparte empezaba a dominar Europa derrocando reyes y ocupando estados para extender la revolución francesa. El emperador pedía a su ejército y a su pueblo lealtad portentosa y sacrificios por la república. Las guerras ya no eran solamente un asunto de los ejércitos, sino que la sociedad civil también estaba involucrada. La Francia de Napoleón luchaba no solo por poder y dinero, sino por una causa legítima. Para muchos este es el nacimiento del nacionalismo como lo entendemos hoy en día. Esto era algo nuevo en la historia, la idea de nación contra otra nación por unos determinados intereses, y esta es la guerra de la cual Clausewitz fue el gran crítico. Al igual que Maquiavelo, para Clausewitz la guerra estaba íntimamente ligada a la política. Clausewitz no fue el primero en entender la guerra y la política como un conjunto indisoluble. Sin embargo, el tratadista prusiano iba aún más lejos al enunciar su archiconocida cita que” la guerra es una continuación de la política por otros medios”[2].

Michel Foucault, hace más de tres décadas, en su obra Genealogía del racismo, defendía que la política es una continuación de la guerra, y no al revés.

Este enunciado de Clausewitz es la definición más extendida de lo que es la guerra en todos los cursos de estado mayor de las escuelas militares europeas. Un intento de refutar este principio de Clausewitz es casi un sacrilegio; pocos o casi ningún alumno se atreve a defender lo contrario. Tampoco existen pensadores ni escritores militares que hayan defendido lo opuesto. Si alguien afirmara que la política es una continuación de la guerra, lo primero que se pensaría es que se ha equivocado y que, en realidad, el locutor quería decir lo inverso, que es el consenso entre todos los estrategas y tratadistas de la guerra. Lo antípoda a lo que afirmaba Clausewitz, que la política es una continuación de la guerra apenas se ha discutido.

Las democracias occidentales tienen como principio que la política está por encima de todo y es esta la que establece los objetivos de la guerra. Por ello, los académicos de las democracias occidentales defienden la teoría de Clausewitz. La política tiene que estar por encima de la guerra, pues es el estamento político quien establece los objetivos que marcarán la guerra. Entonces, este argumento sigue de tal manera que las guerras empiezan por un objetivo político que no es posible alcanzar mediante los mecanismos tradicionales de la política, de ahí que se empleen otros medios como es el instrumento militar. Por lo tanto, debe estar la guerra siempre subordinada a la política y no al revés. De ahí que la cita de Clausewitz sea como una sentencia matemática en el campo de la estrategia militar y de la política.

Michel Foucault, hace más de tres décadas, en su obra Genealogía del racismo, defendía que la política es una continuación de la guerra, y no al revés[3]. Toda una contradicción a las teorías del tratadista prusiano que tan aceptadas están en todas las escuelas militares de estudios superiores. Para defender la inversión de la tesis de Clausewitz, Foucault se basaba en tres principios fundamentales. Estos principios son la base de Foucault para justificar que la política es una continuación de la guerra, especialmente del resultado de la última batalla. Aunque pueda parecer una contradicción a la tesis de Clausewitz, como se discutirá más adelante, no lo es.

En primer lugar, Foucault defendía que las relaciones de poder entre los estados son como consecuencia de episodios históricos trascendentes en un determinado momento de la historia. Una vez terminada la guerra, la política sustituía a la guerra si aquella era capaz de sostener las relaciones de poder resultantes de la última batalla de la guerra[4]. En esta última batalla los vencedores impondrán sus condiciones a lo vencidos y estas se mantendrán durante un determinado periodo de tiempo. Claros ejemplos de esto son las dos guerras mundiales, donde las potencias vencedoras se repartían el poder y diseñaban la política internacional conforme al resultado de la última batalla. El orden internacional resultante, especialmente a partir de la Segunda Guerra Mundial, es para el filósofo francés un sistema político que intenta mantener estas relaciones de poder resultantes durante el mayor tiempo posible, hasta que el propio sistema colapsa y estalla otra guerra que, según su resultado marcará otra política internacional, otro orden mundial.

En segundo lugar, Foucault afirma que, si bien el enfrentamiento violento y armado termina en la última batalla, esta continua por otros medios, mediante la política. Los vencedores intentan mantener sus relaciones de dominación, sus privilegios mediante la política que han ganado en la guerra[5]. Sin embargo, mantener estas relaciones de dominación mediante la política se vuelve mucho más complejo que mediante la guerra. La violencia desaparece y entra en juego el discurso político que intenta mantener el statu quo de la última batalla. El discurso político tiene que ser capaz de que no estalle la guerra y esto se torna casi imposible. Lamentablemente, en la mayoría de las ocasiones la única forma de mantener una relación de poder sostenido en el tiempo es mediante la guerra, afirma Foucault. Un ejemplo de ello está la Segunda Guerra Mundial en la que Alemania no podía soportar una “humillación perenne” derivada de un errático tratado de Versalles. Más recientemente y en términos similares, el Kremlin no podía aceptar una membresía de Ucrania en la OTAN o en la Unión Europea derivada de las relaciones de poder como consecuencia de la caída del muro de Berlín y el posterior colapso de la Unión Soviética. En ambos casos la política no podía sostener a dos estados, como el ruso y el alemán, que reclamaban una revisión de los equilibrios de poder derivados de la última guerra. Entonces, la guerra vuelve a tomar protagonismo para establecer lo que la política no puede, un nuevo equilibrio de poder, un nuevo orden.

En tercer lugar, Foucault argumenta que la guerra es el verdadero juez de las relaciones de poder. Así, la política es un intento no violento de continuar lo establecido después de un choque armado. Es evidente que la política no podrá seguir otro camino que aquel marcado por la guerra, pues ella es la que dicta y modula las relaciones de poder que continuaran a esta. La guerra, aunque se haya establecido un acuerdo de paz en el que se establecen una serie de condiciones, está al acecho, persiguiendo a la política para que, cuando está fracase, ser de nuevo la protagonista del desenlace histórico que determinen otras relaciones de poder. La guerra, por lo tanto, está siempre presente en las relaciones de poder, y solo la política puede pausarla, mediante una continuación de las relaciones de poder por otros medios. La guerra, por lo tanto, es inevitable para Foucault. Al igual que el filósofo francés, ya Francisco de Quevedo nos alertaba de la inmortalidad de la guerra: “la guerra es de por vida en los hombres, porque es guerra la vida, y vivir y militar es una misma cosa”.

Siguiendo estos tres argumentos de Foucault parece necesario enfrentarlo con la máxima de Clausewitz y dilucidar quien estaba equivocado y quien en lo cierto. Ambos pensadores basaron su argumentación en épocas muy distintas, pero en las que existen ciertas similitudes en cuanto a relaciones de poder y objetivos políticos. Tanto las guerras napoleónicas como las posteriores Primera y Segunda guerra Mundial o la actual Guerra de Ucrania son ejemplos válidos en las que se pueden detallar relaciones de poder después de la guerra y también cuales eran los objetivos políticos de sus contendientes. Como se detallará a continuación Clausewitz tendría un enfoque distinto al de Foucault, pero eso no significa que uno refute al otro.

La guerra es el verdadero juez

de las relaciones de poder

Michel Foucault

Como es del todo conocido, la Europa de principios del siglo XIX distaba mucho de un periodo de paz como el que tenemos hoy en día. Rusia, Francia, el Reino Unido y Prusia se disputaban la hegemonía del viejo continente. Napoleón Bonaparte era una amenaza para los equilibrios de poder de los distintos monarcas europeos. Al estallar las Guerras Napoleónicas, Clausewitz fue testigo de una de las mayores derrotas del ejército prusiano, ya que participó activamente en la cuarta coalición contra el ejército francés. En octubre de 1806, para parar la invasión napoleónica de Prusia, un ejército prusiano-sajón, liderado por Carlos Guillermo Fernando, Duque de Brunswick, se enfrentó Napoleón en la batalla de Jena del 14 de octubre de 1806. El resultado fue incontestable: acabó con una aplastante victoria francesa y la desintegración completa del ejército prusiano. El emperador francés empezaba a dominar Europa y una Francia que apenas unos años antes estaba en sumida en una profunda crisis, comenzaba a derrotar a las monarquías europeas. Para Clausewitz Napoleón utilizaba la guerra para conseguir su objetivo político de ser el emperador de Europa y cambiar el mapa político europeo. Para Foucault las tensiones de poder existente en Europa que no se podían contener mediante la política abrieron la puerta para que Napoleón intentara implantar un nuevo orden, una nueva política. Durante años Napoleón consiguió sus objetivos, pero fue la propia guerra acabó con los sueños de grandeza.

La batalla de Waterloo, la última de las guerras napoleónicas y para muchos uno de los más determinantes episodios de la historia de Europa, marcaba las posteriores relaciones de poder de los estados. Después de siete coaliciones internacionales, el ejército de Napoleón claudicaba el 18 de junio de 1815, después de más de dos décadas de continuadas guerras. La política como continuación de la guerra se plasmaba una vez el emperador derrotado y Francia consumida por la guerra. Sin embargo, aunque Napoleón no había instaurado los principios de la república, los monarcas europeos no pudieron reponer el absolutismo reinante antes de Napoleón. Así, en muchos casos, se vieron forzados a mantener algunas de las reformas introducidas por la ocupación francesa. Algunas de estas reformas tienen influencia hoy en día; numerosos países europeos tienen un código legal claramente influido por el código napoleónico. La política internacional cambió notablemente después de las guerras napoleónicas. Dicho de otro modo, la guerra cambió la política conforme a los resultados de esta. Francia dejó de ser la potencia hegemónica en Europa, como lo había sido desde Luis XIV. Por otro lado, Gran Bretaña se convirtió en el líder indiscutible mundial, hasta que otra guerra, la Primera Guerra Mundial, giro la balanza hacia los Estados Unidos.

La Primera Guerra Mundial, anteriormente llamada la Gran Guerra, estalló en Europa entre 1914 y terminó en 1918, cuando Alemania firmó el tratado de Versalles. El detonante del conflicto se produjo el 28 de junio de 1914 en Sarajevo con el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria; sin embargo, la verdadera causa era la rivalidad geopolítica de las grandes potencias europeas. El mundo estaba configurado para los intereses europeos: Londres era el centro económico mundial y Europa tenía el dominio absoluto del mercado internacional. Así, los imperios alemán, austrohúngaro, francés y británico empezaron a chocar en varios frentes, especialmente con la expansión austrohúngara a los Balcanes. Por otro lado, ya antes de 1914 la frágil estabilidad europea empezaba a resquebrajarse. Las tensiones imperialistas entre las grandes potencias, el ascenso de Japón en Asia y los Estados Unidos en América complicaba la hegemonía mundial europea. Además, en el interior de Europa crecía una notable influencia del marxismo que agitaba la clase obrera europea, lo que amenazaban con alterar el capitalismo liberal y el orden social existente. En términos de Foucault, la política no podía frenar el estallido de una guerra que era inevitable; no solo existían tensiones entre estados, sino también se podían producir estallidos sociales o revoluciones, como ocurrió en la Rusia de los zares. Así, el resultado de la Gran Guerra sentaría las bases de la política hasta apenas tres décadas después, que estallaría la Segunda Guerra Mundial.

Para muchos expertos la Segunda Guerra Mundial es la continuación de la Primera, pues las mismas potencias volvieron a enfrentarse en Europa. Una pausa estratégica de tres décadas en la que la guerra era un evento latente que podía “explotar” en cualquier momento. El tratado de Versalles no hizo más que señalar a Alemania como responsable del inicio de las hostilidades, que además perdió la soberanía sobre sus colonias y otros territorios. En su artículo 231 del Tratado se afirmaba lo siguiente: “Los gobiernos aliados y asociados declaran, y Alemania reconoce, la responsabilidad de Alemania y sus aliados por haber causado todos los daños y pérdidas, a los cuales los gobiernos aliados y asociados se han visto sometidos como consecuencia de la guerra impuesta a ellos por la agresión de Alemania y sus aliados”. Del tratado de Versalles se creó la Sociedad de Naciones, abocada al fracaso debido a un tratado que no conseguiría controlar las tensiones en Europa más que unos años, hasta que Hitler llegó al poder en Alemania denunciando una conspiración internacional contra el pueblo alemán. La política de después de la guerra, de continuación a la guerra, en la que “los vencedores intentaron mantener sus relaciones de dominación y sus privilegios” no eran lo suficientemente estables como para frenar un nuevo conflicto mundial, en la que la invasión de Polonia por parte de la Alemania nazi iba a suponer la “continuación” de la Primera Guerra Mundial.

La derrota del tercer Reich en la Segunda Guerra Mundial cambio la política europea para siempre; esta vez no se buscaba una “humillación” de los vencidos en la guerra, sino un equilibrio geopolítico entre dos grandes potencias: la Rusia de Stalin y los Estados Unidos. Así, la última batalla de la Segunda Guerra Mundial moldearía las relaciones de la posguerra; empezaba una nueva etapa conocida como la Guerra Fría. Dos bloques enfrentados y una Alemania dividida por el muro de Berlín sellaban la base de la política mundial. Entonces, la política como continuación a la guerra estaría focalizada en la lucha entre estos dos rivales: occidente contra la Unión Soviética. En el seno de estos dos bloques nacían la OTAN y posteriormente el Pacto de Varsovia, las dos alianzas militares más poderosas de la historia mundial. Pese a todo, el equilibrio de poder iría más allá del exclusivamente militar, pues la ideología formaría parte fundamental de la geopolítica mundial. Capitalismo contra comunismo centraría el debate político internacional, así como la mayoría de los conflictos en distintas partes del mundo. Las dos potencias se enfrentaban en guerras de delegación (proxy wars en inglés), como lo fueron la guerra de Corea en 1953 o la posterior de Vietnam. El instrumento militar no sería el protagonista de la Guerra Fría, pues la Unión Soviética y los Estados Unidos no entraron en un enfrentamiento militar directo. Sin embargo, ambos bandos utilizarían los instrumentos de la información, el económico y el diplomático para ganar la guerra y debilitar al contrario. La caída del muro de Berlín traería como consecuencia otra nueva política mundial, una nueva política como continuación de la guerra.

Disuelta la Unión Soviética comenzaba la era de la expansión de occidente que imponía sus objetivos políticos como vencedor de la Guerra Fría. La OTAN era la gran triunfadora y pronto recogería sus frutos. Polonia, Hungría y la República Checa ingresaron en la OTAN en 1999, con una notable oposición rusa. Posteriormente, siete países del antiguo Pacto de Varsovia pasarían a formar parte de la Alianza: Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia. Así, la política internacional no hacía más que reflejar el resultado de la Guerra Fría. El telón de Acero, expresión popularizada por Winston Churchill, había perdido su pugna con occidente y el “enlargement” de la OTAN no hacía más que plasmar el resultado de la guerra. Vencido el gigante soviético, la política internacional dictada por occidente vivía su época dorada, cuando Francis Fukuyama publicaba su famosa obra “el fin de la historia y el último hombre”. La expansión de la democracia, argumentaba Fukuyama, supondría el triunfo del liberalismo y el fin de las guerras como respuestas a los problemas de la política[6]. Así, la historia sería aburrida, en la que el comercio y la globalización de los valores democráticos supondrían el fin de los conflictos armados y de las guerras, “llevando a la historia a su fin”. La OTAN era cuestionada por los defensores del liberalismo como una organización desfasada y sin futuro, en el que las guerras y la geopolítica no dominarían la política mundial. La palabra geopolítica era un vocablo del pasado y en desuso, en el que el liberalismo que ya defendió Kant en la paz perpetua se había impuesto al realismo de Hobbes, Clausewitz o Mearshimer. Sin embargo, todas estas tesis liberales resultaron ser erróneas.

Recuperando las tesis de Foucault, la política no podía contener las tensiones de una ascendente Rusia desde que Vladimir Putin llegara al poder. Uno de sus más relevantes hitos se produjo con la posible entrada de Georgia en la Alianza; una apuesta de los aliados en la cumbre de Bucarest de 2008. La política había llegado a su fin en el caso georgiano y la guerra tomaría de nuevo el protagonismo. Ni la ONU ni los acuerdos internacionales eran suficientes para prevenir un ataque armado ruso; la guerra otra vez sería la que moldearía la política y Georgia no pasaría a formar parte de la OTAN. Primero Letonia en 2007 mediante un ataque cibernético y posteriormente Georgia en el 2008 eran una clara advertencia rusa de la más que probable respuesta rusa en caso de un acercamiento de Kiev a occidente. Así, en 2014, la política ya no era capaz de contener a Rusia y, consecuentemente, empezaba la guerra de Ucrania. Rusia entraba con un “ejército de hombres verdes” en el Dombás, después de rota cualquier posibilidad de negociación política. El kremlin continuaba con la política con otros medios, en este caso el medio militar. Desde entonces, la guerra de Ucrania no ha encontrado su batalla definitiva que permita una política de “después de la guerra”. Así, la guerra continuó su curso hasta que, en febrero de 2022, el ejército ruso comenzó una operación militar a mayor escala por toda Ucrania.

La guerra de Ucrania ha cambiado la política internacional en numerosos ámbitos. Las relaciones entre Rusia y la Unión Europea han dado un giro completo. Ambos se acusan de ser los causantes de la guerra que, aunque comenzó ya en 2014, ha tomado un claro aspecto violento desde febrero de 2022. Para la mayoría de los expertos del Kremlin esperaba una guerra rápida, en la que el ejército ucraniano apenas pondría resistencia ante la ofensiva militar rusa. Una victoria rápida del ejército ruso daría una cómoda ventaja al Kremlin en el negocio de las condiciones de paz. Así, Moscú establecería las condiciones políticas después de la victoria en la “última batalla”. Sin embargo, ya decía el mariscal de campo prusiano Helmuth von Moltke que el en la guerra, cualquier plan no resistía el primer contacto con el enemigo. Esto fue lo que sucedió a los planes del Kremlin en Ucrania. Claramente, El resultado de la guerra no está siendo el esperado por el lado ruso, pues no ha sido una campaña “relámpago” y fácil como se creía en un principio. Al contrario, la guerra de Ucrania podría convertirse en un conflicto estancado durante décadas, en el que ni los objetivos políticos del Kremlin o de Kiev se están concretizando.

La guerra, como argumenta Foucault, es la que está definiendo la política conforme a los resultados de ella. Lejos de una victoria militar rápida, el Kremlin ha cambiado notablemente su política exterior. Las relaciones con Europa se han roto, el Nord Stream 2 muy probablemente no llegue a abrirse nunca y el suministro de gas a los países europeos se ha reducido considerablemente, incluso se vaticina un posible corte total del abastecimiento. Ante esta situación el Kremlin ha virado completamente hacia Asia, dejando a un lado a Europa y acercándose a la todopoderosa China. En definitiva, ha sido la guerra quien ha modelado la política internacional.

El fin de la guerra de Ucrania, el resultado de la última batalla marcará la política internacional no solo de los próximos años, sino en décadas. Cualquiera que sea el resultado final, tendrá unas consecuencias directas en Europa y en todo el mundo. La historia demuestra, especialmente el fatídico tratado de Versalles, que una “humillación” a toda una nación no es una buena salida. En este sentido Clausewitz afirmaba que “en la guerra, la victoria nunca es definitiva”. En efecto, la victoria aliada no freno el ascenso de la Alemania nazi apenas dos décadas después, y la caída de la Unión soviética no frenó la invasión rusa de Ucrania. Así, los contendientes tendrán que negociar un acuerdo provechoso para ambas partes. Seguramente, el resultado de este tendrá un impacto directo en la política mundial, que será distinta a la previa a febrero de 2022.

En conclusión, tanto la máxima de Clausewitz de que la guerra es una continuación de la política por otros medios y la Foucault de que la política es la continuación de la guerra no son antagónicas sino complementarias. El tratadista prusiano basaba su teoría en el antes de la guerra, buscaba una respuesta al porqué empieza una guerra, que no es otra de la consecución de un objetivo político mediante otros medios. Napoleón, el gobierno prusiano, el imperio astro-hungaro, la Alemania nazi y el Kremlin, todos ellos, fueron a la guerra por un objetivo político, tal como afirmaba Clausewitz. El filósofo francés, por otro lado, argumentaba su tesis en el después de la guerra que, según el resultado de la última batalla, sería la guerra la que dictaba la política; de ahí que la política es una continuación de la guerra. Por ello, las dos tesis del prusiano y el francés pueden parecer opuestas, pero lo que realmente sucede es que toman distintos puntos de partida. En definitiva, el debate de quien tiene razón si Clausewitz o Foucault simplemente no existe, pues ambos coinciden en la relevancia de la política y la guerra. Ambos coinciden con Maquiavelo en que la guerra es una actividad inherentemente política.



[1] Maquiavelo, Nicolas. El Príncipe, alianza editorial, Madrid, 2010.

[2] Von Clausewitz, Carl. De la Guerra, La esfera de los Libros, traducción Carlos Fortea, 2014 Madrid.

[3] Michel Foucault, Genealogía del racismo, (Traducción de Alfredo Tzveibely), Madrid, Ed. La Piqueta, 1992, pág. 29.

[4] Ibid, pag 31

[5] Ibid, pag. 30.

[6] Francis Fukuyama, “el fin de la historia y otros ensayos”. Alianza Editorial, 2015.